Comentario
La variada producción de lujo encontraba su salida al exterior a través de los intercambios con Japón e Insulindia. La plata y las especias, de estas procedencias, eran algunos de los géneros importados a cambio de los propios. El comercio conoció un gran auge en el siglo XV, tanto en el interior, al desarrollarse la economía monetaria, como en las rutas que llevan hacia el exterior. Las incursiones marítimas por el Pacífico se amplían hasta Jidda, en el Mar Rojo, ya en 1433. Pero nunca se construyó una buena flota china que pudiese competir con los comerciantes japoneses o con los portugueses que aparecieron a comienzos del siglo XVI. Esto provocó una actitud defensiva en sus relaciones con el exterior, que hizo poner todas las trabas posibles al comercio japonés, derivado en piratería, y al más reciente de los europeos.
Fueron, como ocurriera en otros lugares, los portugueses los que iniciaron las relaciones de los pueblos occidentales con China. Los primeros contactos se habían llevado a efecto entre comerciantes de ambas procedencias en el mercado de Malaca, al ser conquistada por Alburquerque en 1511. En 1517 se produjo la embajada de Tomas Pires en Cantón y desde entonces los portugueses pudieron mantener relaciones comerciales con esta plaza.
Sin embargo, las relaciones con el mundo occidental fueron desde el comienzo tensas y teñidas de desprecio recíproco. El sentimiento de superioridad chino y la actitud arrogante y prepotente de los sucesivos pueblos europeos que llegaron a este área del mundo, no podían dar como resultado más que el desconocimiento mutuo. Desde 1533, los portugueses se vieron forzados a circunscribirse a Macao, conquistada en 1550, con el permiso de ir a Cantón una vez al año, previo pago de una tasa aduanera. Una muralla levantada por los chinos separaba a los occidentales del resto del país, lejano e inaccesible.
A los portugueses les siguieron los españoles, asentados a partir de 1571 en Filipinas, desde donde a través del galeón de Manila practicaban intercambios que afectaban a tres mundos. Los chinos aportaban el hierro, los animales y los alimentos necesitados por la población filipina, mientras que sus sedas, porcelanas y demás artículos de lujo eran reenviados a Nueva España, a cambio de plata americana.
La seda china llegaba, pues, a Europa a través de la ruta que partiendo de Macao, alcanzaba Sevilla pasando por Manila, Acapulco y Veracruz. La ruta se rompió con la independencia portuguesa de la Monarquía española y la competencia holandesa. La VOC consiguió en 1624 libertad de comercio en Taiwan, desde donde interceptaba el comercio español y controlaba el tráfico con China, hasta su expulsión en 1662. Por su parte, los ingleses ya habían conseguido en 1584 autorización portuguesa para establecerse en Macao, licencia que se acaba ampliando a todos los extranjeros. En 1702 se autorizó a los europeos a instalarse en Cantón a cambio de derechos arancelarios.
El Imperio chino no hizo más que entreabrir una puerta para el comercio con el exterior y se mantuvo decididamente hostil a cualquier intercambio cultural, debido al desprecio sentido por los chinos, y posteriormente también por los manchúes, hacia los pueblos bárbaros. La dinastía Qing continuó con la política de puertas cerradas de los últimos Ming.
La única excepción fueron los jesuitas, desde el momento que decidieron conocer el idioma y la cultura china y presentarse como embajadores, no de unas potencias codiciosas, sino de la ciencia occidental. Los miembros de la Compañía pudieron extender su doctrina al ser respetados por sus conocimientos científicos y su interés en el estudio de la civilización china. Por una vez, los europeos no fueron despreciados como bárbaros comerciantes, sino respetados como ilustrados.
La Compañía de Jesús inicia su campaña evangelizadora en China ya a finales del siglo XVI. Sus intentos de extender la enseñanza por el Continente se habían visto continuamente rechazados y hubo que esperar a que la iniciativa personal del P. Ruggiero comenzase un proceso de síntesis de la religión cristiana con el confucianismo, al ser aceptado por el culto mandarinato por su conocimiento de la lengua, etiqueta y usos chinos. En 1580 Ruggiero llegó a Cantón, desde donde un grupo de jesuitas pudo conseguir licencia para visitar otras ciudades, y en 1601 el P. Mateo Ricci logró entrar en Pekín. El nuevo siglo se abría con la esperanza de un gran avance en la evangelización. El P. Johann Adam Schall von Bell había conseguido quedarse en Pekín a la caída de la dinastía Ming y la aceptación de la nueva dinastía. Se le encargó la reforma del calendario al modo occidental y se le nombró vicepresidente del Servicio del Sacrificio Imperial. En 1651 consiguió que se edificase en Pekín una iglesia y en 1661 fue designado preceptor del príncipe heredero Kangxi. Teniendo en cuenta la gran importancia dada por los chinos a la astronomía y su influencia en la vida privada y de los pueblos, las rivalidades surgieron pronto. En el mismo año sus rivales astrónomos y letrados consiguieron que fuera condenado a muerte, aunque fue indultado y nombrado sucesor otro jesuita, el P. Verbiest. Un decreto de 1662 autorizó oficialmente la religión cristiana. En estas fechas se calculan unos 300.000 bautizados en China, cifra reveladora del enorme avance obtenido en pocos años, sobre todo si tenemos en cuenta que en gran parte pertenecían a las clases dirigentes. El mismo Kangxi era instruido en el Cristianismo.
Los problemas vinieron desde el interior de la Iglesia católica, donde los métodos de asimilación de los jesuitas fueron rechazados, sobre todo por franciscanos y dominicos. En 1645 Inocencio X había condenado los ritos chinos, y desde entonces las opiniones serán contradictorias, hasta que en 1704 se prohibió la alteración de la ortodoxia. La rivalidad entre las diferentes órdenes misioneras provocó el disgusto de los chinos, los nuevos métodos puristas fomentaron el nacionalismo xenófobo y los jesuitas acabaron perdiendo su preeminencia en la Corte, hasta que finalmente el sucesor de Kangxi, Yong-tcheng (1723-1735), expulsó a todos los misioneros católicos. Las puertas se cerraron en China, no sólo para la religión cristiana, sino para la cultura occidental. Sin embargo, en Europa los conocimientos sobre el mundo chino se ampliaron enormemente más allá de las noticias de Marco Polo; y la curiosidad, admiración e incluso idealización del mundo chino ejercieron su influencia sobre la Filosofía, el derecho y las artes occidentales. Pese a todos los intentos de aislacionismo, los diversos mundos no permanecían estancos.